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Plaza de Celenque


No sé qué haría sin la ayuda de la Plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH). Todas las semanas acudía dos o tres veces a la Plaza de Celenque, en el centro de Madrid, donde están concentrados, hasta que el pasado siete de febrero fueron desalojados. 
Allí me encontraba con gente como Eneri Vázquez, miembro de la PAH. Eneri era una de las voluntarias que recogían firmas para pedir una ley hipotecaria más justa y el fin de los desahucios.





Wilmer Fernández: Un día más sin hogar

Ring. Riiiing. Riiiiiingg. Suena el despertador. Ocho de la mañana, un nuevo día de diciembre de 2012. Me giro y lo apago, tratando de no tirar el ejemplar de «Introducción a la economía», de Ramón Tamames, que estaba leyendo anoche. Me dispongo a comenzar un día más sin casa. Planifico en mi mente el itinerario de la jornada, el mismo que llevo haciendo casi sin variación desde 2009. Primero, desayunar. Y después, buscar trabajo hasta que se ponga el sol. 

Por un momento recuerdo mi antiguo hogar. Un piso humilde en un barrio tranquilo de Getafe de edificios de cuatro alturas que tuve que abandonar el 30 de enero de 2012, cuando el banco, al que llevaba dos años sin poder pagar, me echó. Desde entonces llevo una vida de canguro: cada pocos meses cojo mis cosas y salto de casa de unos amigos a otra. Siete diferentes en menos de un año. Para compensarles, trato de ayudar en todo lo posible: hago la compra, recojo y limpio la casa, hago la comida.

Mientras, el dinero de mis ahorros se va acabando. Comprar el abono cada mes se convierte en un suplicio. Desde que perdí mi empleo, en 2009, prácticamente no he tenido otro ingreso que la prestación por desempleo, que durante casi dos años se fue prácticamente íntegra a pagar las cuotas de la hipoteca, de entre 600 y 720 euros al mes. Entonces, en 2010, el dinero se acabó, y dejé de poder pagar. El 30 de enero de 2012, el banco se quedó con mi casa. Dentro de lo que cabe, tuve suerte: la entidad aceptó la dación en pago.



Trato de no desanimarme, pero me resulta difícil.

Más de una veintena de personas convivieron en la madrileña plaza de Celenque durante 108 días, hasta que el pasado 7 de febreron fueron desalojados por la Policía. Pertenecían a la Plataforma de Afectados por la Hipoteca, una agrupación de personas con dificultades para pagar la hipoteca o en proceso de ejecución hipotecaria que desde su creación en 2009 ha conseguido la paralización de más de medio millar de desahucios. 

Con la ayuda de la PAH  podré plantar cara al banco para reclamar un préstamo de ocho mil euros que yo no pedí pero que me hicieron firmar junto a los documentos de la dación en pago, y cuyo importe retiraron de mi cuenta de inmediato. Los abogados de la plataforma me han redactado un documento para pedirles explicaciones. Estoy dispuesto a luchar hasta el final.


Esa deuda empieza a ser de las pocas cosas que me mantiene en España. Vine de Perú hace ya ocho años, cuando tenía treinta y dos años, y desde el primer momento me sentí aceptado, me sentí integrado. Incluso conseguí la nacionalidad española. Aquí estaba, y todavía estoy, pese a todo, a gusto. No quiero volver a mi país, aunque mis seis hermanos y mis dos hermanas me dicen constantemente que vuelva, que aquí no queda nada para mí. No quiero creerlo. Sin embargo, si no consigo pronto un trabajo, no me va a quedar otra opción que hacerles caso.

«Ya le llamaremos»



Mi sueño es encontrar un empleo. Sigo apuntado al paro, aunque en todo este tiempo solamente me han llamado para hacer dos cursos, y al final en los dos me quedé en lista de espera. Mientras, he seguido formándome, sí, pero por mi cuenta, aprovechando las subvenciones y cursos gratuitos del Ayuntamiento de Getafe. También intenté inscribirme en un curso de Formación Profesional de Gestión Comercial y Marketing, pero de nuevo quedé en lista de espera. 

En los últimos tres años he ido a muchas, muchísimas entrevistas de trabajo. Tantas que ni soy capaz de contarlas. Y en todas recibí la misma respuesta: «Ya le llamaremos». Al principio buscaba algo relacionado con mi experiencia, dentro del campo de la seguridad, pero pronto me di cuenta de que era inútil. Mi última entrevista fue para un puesto de conserje. «Ya le llamaremos».Hace poco trabajé unos días en la recogida de la naranja en Valencia. Tuve que pagar sesenta euros por el alojamiento, y no me ofrecieron contrato. Además, tuve que pagar de mi bolsillo el transporte diario desde el piso en el que nos alojaron hasta la finca en la que iba a trabajar. Y todo ello para que al final ni siquiera nos pagaran por nuestro trabajo.



 



Pienso en mi antiguo empleo, como vigilante en una universidad madrileña. Pese a que hace ya tres años que me despidieron, todavía me paso algunas veces por el campus. Quizás hoy también lo haga. Entro en la sala de ordenadores de alguna Facultad y aprovecho para buscar trabajo y enviar currículums, más de treinta cada vez.

Me gusta la universidad. Querría haber tenido la oportunidad de estudiar Económicas, o Empresariales. O Derecho, para ser abogado defensor y hacer cumplir la Ley a rajatabla. Ayudar a la gente, como hacen los del movimiento 15 M. Como han hecho conmigo, y como todavía siguen haciendo.

«Querría haber estudiado Derecho, para ayudar a la gente»

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