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Ante la imposibilidad de seguir depositando mensualmente tal cantidad, pidió una refinanciación de la hipoteca. Habló con Tomás, director de la entidad bancaria de su pueblo, Colmenar de Oreja, y este le remitió a las oficinas centrales en Madrid. Allí, Juan Carlos Orensanz, del Departamento de Recuperaciones, le dijo que no se preocupara por la carta del banco. Sin ningún documento escrito, solo mediante un acuerdo verbal, este empleado de Caja Madrid indicó a Ángel Luis que a partir de entonces (abril de 2010) pagara la mitad de cuota por su hipoteca. Es decir, unos 500 euros.



Fiándose de la palabra de Juan Carlos, Ángel Luis empezó a abonar cada mes la nueva cantidad pactada con el banco. Se olvidó, incluso, del ultimátum. Hasta que a finales de octubre de 2010 una nueva carta de Caja Madrid les anunció que su casa ya había sido embargada y que el 13 de diciembre de ese mismo año sería subastada. Había estado pagando desde mayo a octubre 500 euros mensuales en una casa que ya no era suya. Ángel Luis pidió entonces explicaciones al director de la entidad del pueblo y este se desentendió del caso aduciendo que no sabía nada, a pesar de que había sido él el que años atrás les había firmado la hipoteca. En la posterior subasta, Caja Madrid se adjudicó la casa por 90.350 euros, la mitad de su valor.

 

Crónica de una despedida

El 5 de abril de 2010 Ángel Luis recibió una carta de la entonces llamada Caja de Ahorros y Monte de Piedad de Madrid (actual Bankia). Tenía 30 días para pagar el total de su hipoteca. Una cantidad que en esos momentos ascendía a 159.058,64 euros; de los que 22.500 eran en concepto de intereses.

Era más dinero incluso que el crédito de 150.000 euros que había pedido unos años antes. La carta del banco significaba un ultimátum: o pagaba o el banco procedería a embargarle la casa. Llegó solo tres meses después de que pagara su última cuota: 970 euros en enero de 2010.

Sin previo aviso 

El 29 de marzo de 2011 el banco envía una carta que aseguraba que con el embargo la deuda quedaba saldada. Comenzaba la cuenta atrás para el desahucio. La abogada de oficio le dijo a Ángel Luis que esta operación podía llevar un año y que en todo caso ella le avisaría cuando se fuera a producir. No hubo aviso. Trece meses después, el 12 de abril de 2012, una procuradora del banco, dos jueces, un cerrajero y la policía llamaron al timbre. La representante de Caja Madrid fue clara: tenían 20 minutos para salir de la que había sido su casa.


Con los niños en el colegio, Marcia solo se preocupó de coger su insulina debido a su diabetes, pero Ángel Luis la frenó. De allí no salían. El banco no les había avisado del día en el que se produciría el desahucio. Finalmente, y con la ayuda de la responsable de los Servicios Sociales del pueblo, el desalojo se paró.


Días más tarde, la familia se enteraría de que la abogada de oficio sí que había recibido la orden de desahucio. Sin embargo, Ángel Luis y Marcia aún desconocen porque no se lo comunicó a ellos. Detenido el desalojo, la familia recibía una prórroga de tres meses para buscase otro techo. En aquel momento, y otra vez con la intermediación de los Servicios Sociales, Ángel Luis volvió a hablar con el director de la sucursal en el pueblo para negociar un alquiler social, pero este se desentendió.


Por segunda vez, el mismo hombre que les había firmado la hipoteca, les remitió a las oficinas centrales de Madrid. Allí, un empleado, tras escuchar la petición de la familia, les dijo que en breve obtendrían respuesta. Casi un año después, aún siguen esperándola. Como la llamada del banco nunca llegó, la familia se vio obligada a buscarse otra vivienda. La encontraron semanas antes de que concluyese el plazo que Caja Madrid les había dado. El 2 de julio, Ángel Luis depositó en el juzgado las llaves de una casa que no habían podido pagar.

En 2004 pidieron un crédito de 150.000 euros a la entonces denominada Caja Madrid para la compra de una vivienda de 120 metros cuadrados, también en Colmenar. A la hipoteca de la casa, de unos 1.000 euros mensuales, se sumaron otras dos de unos 600 euros en total por sus coches. A pesar de la cuantía, la familia afrontaba cómodamente los pagos. Todo iba bien hasta que la burbuja estalló. El trabajo empezó a escasear para Ángel Luis y Marcia tuvo que cerrar la peluquería, por la que también pagaban un alquiler. En ese momento, los ingresos se acabaron y en 2011 el banco les desahuciaba

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